sábado, 1 de septiembre de 2018

Ballenas, Malvinas y Antártida al comienzo de la Guerra Fría


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Al final de la Segunda Guerra Mundial, se reavivó el interés por la caza de la ballena y gobierno argentino presidido por Perón, enfrentaba al gobierno de Uruguay, que se mantenía alineado con los Estados Unidos... Había comenzado la Guerra Fría.

27 de febrero de 1948.
Encuentro de Luis Batlle Berres y Perón en el Río de la Plata

Ballenas, Malvinas y Antártida al comienzo de la Guerra Fría. (1946-1949)

por Waldemar Fontes

Durante la Segunda Guerra Mundial, la caza de ballenas en el Atlántico Sur y la Antártida, a pesar de los ataques alemanes, se había mantenido como una industria exitosa, llevada a cabo por el Reino Unido, desde Malvinas, por Noruega que operaba con apoyo desde el puerto de Montevideo y por la Compañía Argentina de Pesca, basada en Grytviken, en las Islas Georgias del Sur, donde muchos trabajadores uruguayos hacían trabajo zafral cada verano.

La explotación desmedida de esos años, obligó a que se entablaran conversaciones para regular actividad y en 1943, el Comité Noruego Británico organizó una reunión con el fin de analizar el tema. De esas conversaciones surgió en 1946 la Convención Internacional para la regulación de la Caza de la Ballena, la que en 1949 se transformó en la Comisión Ballenera Internacional (CBI).

En ese contexto, luego de finalizar la Guerra, las relaciones políticas en el Río de la Plata, vivían un período de extrema complejidad.

Durante la Guerra, el Uruguay se había alineado con los Estados Unidos y había declarado la guerra a Japón y Alemania, sufriendo en ese proceso, la presión de los EE.UU. para instalar bases aeronavales en nuestro territorio, lo que había sido rechazado luego de un duro debate.

En Argentina, el General Perón estaba en la cúspide de su carrera política y presionaba a los países de América del Sur para que se alinearan a su propuesta anti imperialista, contra Estados Unidos y contra cualquier potencia extra regional.

Desde Uruguay, el gobierno de Amézaga veía en Perón, una continuación del fascismo de Hitler y de Franco y por lo tanto lo consideraban una amenaza para el país.

El profesor José Rilla, en su libro “Nosotros, que nos queremos tanto", decía: “los discursos de Perón eran cada vez más enfáticos en la distinción entre la democracia real y la democracia formal, justo en el momento en que el Uruguay restauraba las formalidades de su contrato político. En el verano de 1946, algunos diplomáticos norteamericanos acreditados en Montevideo denunciaban la conspiración peronista contra el gobierno uruguayo de Amézaga o notificaban que los expertos de Perón circulaban por Montevideo, en contacto permanente con Haedo y aportando dinero para las campañas herreristas. Muchos batllistas se mostraban convencidos de que la actitud de Perón hacia Uruguay lindaba con la agresión”.

Entre esas tensiones, en 1946, el gobierno argentino había planteado los derechos de soberanía sobre la Plataforma Continental hasta las 200 millas, a la vez que reclamaba el “Sector Antártico Argentino”, que se extendía sobre la Península Antártica hasta el Polo Sur.

En este proceso de expansión, Perón impulsó el proyecto de crear una flota ballenera, aprovechando la situación internacional, al final de la guerra, donde había un excedente de material flotante que los astilleros querían vender, para lo que convocó a un grupo de empresarios, que de manera secreta podrían negociar la compra de los barcos, sorteando las regulaciones que los Estados Unidos imponían para evitar que las potencias derrotadas pudieran reorganizarse.

Para llevar a cabo esa idea, convocó a Alberto Dodero, reconocido empresario naval, con propiedades en ambas márgenes del Plata, afincado en Buenos Aires, que dirigía el grupo Dodero integrado por la Compañía Argentina de Navegación Dodero S.A, conocida también como Dodero Line, la Compañía Uruguaya de Navegación Limitada, el Hotel Cataratas del Iguazú y otras empresas, estando abocados a la construcción del Hotel Victoria Plaza, en Montevideo.

Alberto Dodero, vio una oportunidad de negocios y aceptó la propuesta, colaborando con Perón para reunir un equipo de empresarios que demostraban condiciones para la tarea, entre quienes estuvieron Aristóteles Onassis, un griego armador de buques petroleros, el austríaco de origen judío Fritz Mandl y el irlandés Alfredo Ryan, mecánico naval que dirigía talleres de reparación en ambas márgenes del Plata y que había contribuido a la reparación de los buques británicos Achiles, Exeter y Ajax, luego del combate contra el acorazado alemán Graf Spee en 1939.

Los cuatro empresarios habían adoptado la nacionalidad argentina y todos mantuvieron fluidas relaciones con Alemania durante y después de la guerra, por lo que se los vinculó a la protección de prófugos nazis que habrían llegado al Río de la Plata en esos tiempos, lo que los puso en la mira de los servicios de espionaje americanos y británico.

El 27 de noviembre de 1946, hubo elecciones en Uruguay y ganó la fórmula Tomás Berreta – Luis Batlle Berres, contraria a la política de Perón, que había apoyado abiertamente al candidato opositor, Luis Alberto de Herrera.

Una vez electo, Tomás Berreta fue invitado a una gira por los Estados Unidos, donde dejó constancia de su alarma por la agresividad del gobierno argentino y por la carrera armamentística que éste venía desarrollando.

El Presidente Tomás Berreta falleció a los pocos meses de asumir su cargo y fue sustituido por Luis Batlle Berres, quien siguió su misma línea.

El 27 de febrero de 1948, se produjo la famosa reunión entre los presidentes Perón, de Argentina y Batlle Berres, de Uruguay en aguas del Río de la Plata.

Batlle Berres llegó al encuentro navegando en el buque Capitán Miranda y pasó al yate Tecuara, donde lo aguardaba Perón, que hacía de anfitrión.

Hasta ese momento, Argentina no reconocía a Uruguay, ningún derecho sobre las aguas del Río de la Plata, según la doctrina Zeballos de 1890 y el hecho de que la invitación proviniera de Argentina y se hiciera a bordo de un barco fondeado en el medio del Río, se consideró un indicador de buena voluntad y según algunas fuentes, se lo vio como una victoria para los reclamos uruguayos, abriendo puertas para comenzar a negociar otros temas, como el turismo que estaba restringido por las regulaciones argentinas para entrar y salir del país, el déficit de la balanza comercial y los límites fluviales.

En la reunión participaron las esposas de ambos mandatarios, autoridades de los gobiernos y estaba allí, el empresario Alberto Dodero, nacionalizado argentino pero nacido en Uruguay, descendiente de una familia de genoveses afincados en Montevideo y que se había convertido en mano derecha y amigo personal de Perón y de su esposa Eva.

Alberto Dodero era un magnate famoso en América y en Europa. -En Montevideo poseía la residencia Villa Betalba, donde se hacían fiestas memorables a la que concurrían personalidades del jet set que huían de una Europa devastada por la guerra, reuniendo a estrellas de Hollywood y famosos de todo tipo, con Evita Perón, asidua visitante de la villa.

Luego de la reunión entre los Presidentes Batlle y Perón, se suavizaron un poco las relaciones diplomáticas, aunque las tensiones proseguían, pues numerosos perseguidos políticos argentinos buscaron refugio en Uruguay, haciendo desde aquí, propaganda en contra de Perón, lo que no ayuda a resolver los problemas.

Por otro lado, la amistad entre los Herreristas y Perón se hacía más intensa y era proclamada en cada ocasión que se presentaba, particularmente por Victor Haedo y otros.

En ese marco, el 9 de marzo de 1948, el Partido Nacional promovió una reunión de la Unión Continental Iberoamericana (UCI), llevada a cabo en la Casa del Partido Nacional, con la concurrencia de delegaciones de Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Panamá, México, Venezuela, entre otros, donde se promovió una declaración que expresaban los objetivos fundamentales de ese movimiento: 1) La restauración del panamericanismo a sus pautas tradicionales... 2) La revisión de los acuerdos de emergencia bélica que habían transfigurado la Asociación Panamericana. 3) Una reforma sustancial de la Carta de las Naciones Unidas. 4) la unión de los pueblos Iberoamericanos para una acción vigilante y permanente de la paz mundial, independiente de las dos masas imperialistas que se disputaban en ese momento el dominio del mundo.

Esta declaración, fue interpretada tanto por Argentina como Chile, como un reconocimiento y un apoyo a los reclamos que estaban presentando sobre la Antártida y un desconocimiento de las pretensiones británicas sobre esas mismas regiones, aunque no dejaba de ser más que una mera expresión de deseos, pues los gobiernos de los países de donde provenían los delegados que participaron de la reunión, no necesariamente compartían lo que allí se expresaba y por ejemplo el gobierno de Luis Batlle Berres, seguía alineado con propuesta de los Estados Unidos de internacionalizar la Antártida…

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Hay mucho más para conversar sobre este y otros temas, así que para saber más sobre la Antártida y su historia, los invitamos a seguirnos el sábado próximo, en Crónicas Antárticas, por Radio Uruguay.


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#CronicasAntarticas


Esta crónica fue preparada para “Proyección a la Antártida” del programa Proa al Mar 
el sábado 1 de setiembre de 2018, trasmitido por Radio Uruguay

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