sábado, 28 de julio de 2018

Jorge Nusa, su legado antártico


Esta crónica fue preparada para “Proyección a la Antártida” del programa Proa al Mar del sábado 28 de julio de 2018, trasmitido por Radio Uruguay


Jorge Nusa en la BCAA en el invierno 2011

Homenaje a Jorge Nusa y su legado antártico

por Waldemar Fontes


El 17 de marzo de 2017 recibíamos la triste noticia del fallecimiento de Jorge Nusa, reconocido meteorólogo, docente, comunicador y excelente persona, quien se fue dejando un enorme vacío, pero también una vasta trayectoria y un legado que será recordado por siempre. 

Jorge Enrique Nusa Albertoni, había nacido en Montevideo el 16 de noviembre de 1965, en la zona de Belvedere, Estudió en el Liceo 2, en el Miranda y en el Liceo 22 de La Teja donde luego volcó muchos de sus aportes 

Ingresó en la Dirección Nacional de Meteorología, dependiente entonces del Ministerio de Defensa Nacional revistando con el grado de Sub Oficial Mayor Equiparado, donde se desempeñó como Jefe Técnico del Centro Nacional de Meteorología y como Director de la Escuela de Meteorología del Uruguay 

En noviembre de 2013, por la Ley Nº 19.158 se creó el INUMET (Instituto Uruguayo de Meteorología) donde Jorge Nusa, pasó a cumplir funciones. 

Trabajó también en la Corte electoral. Estudió Geografía en Instituto de Profesores Artigas (IPA) y se desempeñó como comunicador en la radio El Puente FM 103.3 y en otros medios. 


Jorge Nusa en El Puente FM en agosto 2016
foto de Pablo Rivero

El 21 de julio de 2018, cuando la radio El Puente FM festejó los 24 años de existencia, los compañeros y familiares más cercanos de Jorge Nusa descubrieron una placa en su honor, dándole su nombre a la sala de producción y de reuniones de la radio. 

En esa misma zona de La Teja, fue donde en 1968, el profesor Musso había fundado el Instituto Antártico Uruguayo y por esa razón, queriendo dar continuidad a esa utopía, en esta crónica queremos homenajear a Jorge Nusa, recordando algunas de sus vivencias en la Antártida, donde se desempeñó como meteorólogo de la dotación Antarkos 27 en el invierno de 2011, contagiándose del espíritu antártico, para transformarse en un activo colaborador del programa radial Proyección a la Antártida y de la revista Copos de Nieve.


Leamos algunos fragmentos de los textos que nos dejó: 

En Copos de Nieve - Nº 32 - Junio 2011 escribía:

Me considero, de una manera u otra, un científico. Entre otros, Chuck Doswell, estadounidense, un "as" de la meteorología, defiende el hecho de que los meteorólogos operativos seamos eso: científicos. Compartimos estos conceptos con colegas, mientras desde el mundo "académico", algunos "puros" insisten en dejar la ciencia tan alta que apenas la podemos ver... 

También me considero un tipo informado y formado, con valles y crestas como todo el mundo. En estos temas mi mente está abierta. Ahora bien, trato de no confundir los procesos naturales del Universo con otra cosa. 

Los procesos naturales implican también las consecuencias de los actos del hombre en la tierra, un ser natural generando sus cosas e impactando en el planeta. Como lo hace un castor cortando el cauce de un río, o una corriente marina muy cálida matando pichones de pingüinos por súbito contraste térmico.  Ahora, sobre una tormenta solar, natural episodio del desarrollo de una estrella del tipo espectral G2 como es nuestro Sol, difícil que sea el hombre culpable. 

Las consecuencias en el campo magnético de la tierra son la reacción a esa acción que se desarrolla a 150 millones de kilómetros de nosotros. Una erupción volcánica o un terremoto, vinculadas o no a un aumento de la actividad solar, de última también son procesos naturales que siempre han ocurrido y que ahora tienen más prensa, seguidores y buscadores de mitos... 

Lo que quiero aceptar es que el futuro nos puede deparar sorpresas y explicaciones que siempre aspiro que sean para bien. Hace 500 años si un tipo aparecía con un GPS en la Santa María de Cristóbal Colón podría pasar por brujo o algo parecido. 

Si mi vieja viviera y pudiera ver que en el 2011 puedo comunicarme a través de una computadora desde la Antártida con el resto del planeta (y aledaños si me pusiera a chatear con la tripulación de la Estación Espacial Internacional)...uyyy, no lo podría creer… 

En todo caso, lo que deberíamos aprender (obsérvese mi escepticismo con el manejo del condicional) es el COMO manejamos las herramientas para no seguir depredando nuestra "nave espacial", como han llamado varios a la Tierra, única y finita... 

Y adornaba sus reflexiones con unos versos en prosa que decían 

Ya casi un mes....Hoy, es especial. Como ayer y ante ayer, y mañana y pasado, y.... 
Nieve lenta, nieve mansa, nieve brillante, leve, mansa, lenta...   
casi flota, cero viento, viento cero. 
Suena otra vez atronador el silencio. 
Casi se puede volar entre los cerros nevados, las sombras no son fantasmas...
El zumbido lejano del generador, casi imperceptible, nada más.. 
No hay olas. En la playa helada no se siente el mar. Solo faltan las estrellas... 
¿Vienes? 
Ven que la madrugada está fresca y joven, quédate un rato que cuando despiertes ya estarás de nuevo en tu cama, en la rutina montevideana, en la ciudad lluviosa con el otoño batiéndose en retirada. 
Aquí el invierno se resiste, no quiere venir, apenas debajo de la congelación el agua está indecisa...
Sabemos que todo está más blanco, que cuando el tenue sol salga será un tiempo más blanco... 

De tocar el cielo con las manos, palomas nocturnas y ecos... 

de Jorge Nusa Albertoni, el Viernes, 08 de julio de 2011, publicado en Copos de Nieve - Nº 33 - Agosto 2011 

Diez grados bajo cero. Como anoche. ¿Valen palomas antárticas en vuelo nocturno por estrellas fugaces? Me parece que alguna de esas luces en el firmamento eran los animalitos planeando en la madrugada. Qué lindo ser una paloma antártica. El bicho va volando por la inmensidad de la isla, sabedor intuitivo que la inversión térmica hasta cierta altura hace potable la temperatura y que puede volar a sus anchas. A sus anchas por aquí y por allá... 

La vista se acostumbra, como nos pasó en la madrugada anterior en los cerros. 

Nos fuimos en patota, éramos cinco. Fuimos a la cima de un humilde cerro de la entrada de la Base, donde está el cartel con la bandera bicolor y el sol en el extremo superior derecho. 

Unos 35 metros sobre el nivel del mar, entre el camino hacia Frei y Bellingshausen y el lago Uruguay. Allá vamos, caminando en la oscuridad luminosa...Sin contradicción porque es así: una oscuridad luminosa. 

Cientos de millones de estrellas son nuestras linternas, algunas que ya no existen o están en otro sitio o eran jóvenes hace cien años. Nos iluminan. Nebulosas, cúmulos globulares, galaxias tan lejanas, gas, polvo brillante, planetas escondidos... Otra noche con la Vía Láctea abrazadora y maternal. ¡¡Señores, ahí está, ahí, el centro de la galaxia entre Escorpio y Sagitario!! 

El centro mismo de nuestra casa galáctica!!!. El Escorpión caminando por la bóveda celeste!!! 

Cada pequeña constelación del sur que ubico, me emociona. La mosca, el camaleón, el triángulo austral, la corona australis, ¡¡Lobo, esa constelación es la tuya, la del Lobo!!... la perpetua Cruz del Sur. Si, mirá, si extendés el palo mayor de la cruz hacia esa estrella que es Achernar del Eridano, a mitad de camino, está el Polo Celeste Sur. 62º por encima del horizonte. Y si proyectás una línea hacia el horizonte, desde ese punto, te topas con el Sur geográfico. 

Solo cuatro años luz para llegar a esa estrella, que son tres, Alfa del Centauro...Esa luz partió de la estrella hace cuatro años!! ¿Te imaginas? 

¿Que hacíamos un 7 de julio, hace cuatro años, una madrugada como esta?? 

Colores y formas, estrellas fugaces, las palomas antárticas del firmamento. ¡¡Miren!! Estiras la mano y atrapas un manojo de estrellas!!!. 

¿Qué otra cosa más que la emoción puede surgir, brindando con los compañeros, los "barra", "hombres antárticos", todos protagonistas privilegiados de la noche, la verdadera madrugada, la intensa?. 

Contrastando en el cielo, allí, el glaciar Collins. Del lado de la Bahía, las luces de King Sejong. (Quizás sea bueno pedirles a los colegas que también apaguen sus luces). Se recorta en el mar aun sin congelar la geografía de la bahía y las caletas. Y queda el sonido. Viene Arturo caminando, y esta como a cien metros y se escucha claramente sus pasos en la nieve granulada. ¡¡Y descubrimos el eco!!. Gritamos, saludamos a la noche. Se repite, se repite. Uno, dos, tres..."Pelado, apaga la luzzzz"...Se repite en la inmensidad.. una, dos, tres veces… Hay que tener cuidado pues quizás llegue a los chilenos y piensen que hay gente pidiendo ayuda!! 

Nos tiramos boca arriba en la nieve. Que buenos que son estos trajes de frio, los "Vikingo"...Y justo, tuve mi momento para recordar a Diego, que quizás de vez en cuando venga a visitarnos en estas noches. 

Y tuve un momento para mi vieja, para mis hijas, para mis queridos y queridas, para los amores pasados, para los amores perdidos, para los amores presentes y futuros... 

¿Cómo se puede combinar la paz con la excitación de estos momentos? 

No sé cómo, pero se puede. Se puede. 

Jorge Nusa en el parque meteorológico de la BCAA en 2011

Y queremos cerrar este homenaje a Jorge Nusa, con estos versos que escribió el Viernes, 02 de septiembre de 2011, publicado en la página 8 de Copos de Nieve - Nº 34 

Si se fuera la nieve.... 

El viento norte nos agobia desde hace días. 
Le va ganando el sobre cero al bajo cero... 
La nieve se resiste desde los "médanos blancos" que nos rodean, 
y en los cerros y en los caminos y en el glaciar y en la bahía y en el islote de Cappi... 


Cruje, grita...sigue gritando. 
La siento bajo mis pies.... 
El splash de los pedazos de hielo desprendiéndose a los gritos de las antenas y los tirantes.. 
La niebla va y viene, viene y va, con su primas la llovizna y la lluvia 

Si se fuera la nieve mañana... 
Si se fuera, es como si tú te fueras... 
Aquí no queremos que te vayas, 
Queremos que siga tu magia... 
Que siga el blanco de las noches y los días, habitando en esta isla de la Antártida.. 

Que vuelva el viento sur, que vuelva el frio... 
¿Te quedas? Aún no es tiempo. Aún falta... 
Ya habrá tiempo para rocas y barro... 
Si se fuera la nieve...es como si te fueras.


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Vaya nuestro homenaje a Jorge Nusa.
Los esperamos en #CronicasAntarticas por Radio Uruguay 

sábado, 21 de julio de 2018

Incendios en la Antártida



El fuego es uno de los mayores peligros para las dotaciones antárticas y ninguna prevención es poca ante este implacable enemigo que en segundos puede consumir años de esfuerzo y poner en peligro las vidas humanas. 


Esta crónica fue preparada para “Proyección a la Antártida” del programa Proa al Mar del sábado 21 de julio de 2018, trasmitido por Radio Uruguay

Incendios en la Antártida


por Waldemar Fontes
La Antártida, a pesar de ser la mayor reserva de agua dulce del mundo, por la sequedad del aire y las escasas precipitaciones es también el mayor desierto del planeta. 

Allí las temperaturas de extremo frío obligan a que el ser humano requiera de refugios calefaccionados para poder sobrevivir y esto ha sido la causa de muchos accidentes a lo largo de la historia de la presencia humana en la Antártida. 

Hace unos días recibimos la triste noticia del incendio del edificio de la Capitanía de Puerto de la Bahía Fildes, una hermosa y moderna construcción finalizada en 2009, donde se alojaba la dotación de la Armada de Chile que mantenía esas instalaciones, con la misión de dar apoyo a la navegación en la zona y contribuir a la protección del medio ambiente. 

Las pérdidas fueron totales y en pocos minutos desapareció una instalación que cumplía una importantísima función para todos los operadores antárticos que habitualmente allí trabajan. 

A poca distancia de la Capitanía de Puerto, se halla un destacamento de bomberos, que es parte de la seguridad del aeródromo chileno Tte Marsh y a pesar de su rápida actuación, no fue posible contener las llamas, pues es imposible en esas latitudes contar con un flujo de agua líquida continuada como para apagar un fuego de esas proporciones, pues el agua se congela en las mangueras y tuberías. 

Este no ha sido el primer incendio que se produce en el conglomerado de instalaciones chilenas que se conoce como Base Frei, pero que incluye el aeródromo, la base naval, la base de la Fuerza Aérea, la Base Científica Escudero y la Villa Las Estrellas donde habitan las familias de algunos funcionarios. 

En 1987, había ocurrido un incendio con la pérdida de una vida, tal como lo contaba Orosmán Pereyra en sus relatos de ese invierno. 

En el año 2007, el propio destacamento de bomberos del aeródromo Tte Marsh sufrió los embates del fuego, quemándose completamente, incendiándose hasta los camiones bomba, que no pudieron ser evacuados a tiempo. 

Otro incendio de proporciones ocurrió en 2009, cuando se quemó totalmente el hermoso gimnasio que era compartido por todas las bases y que era un centro de las actividades sociales, muy apreciado. 

La historia de incendios en la Antártida es larga y ya en la primer invernada programada hubo un accidente cuando la expedición británica de Borchgrevick, instalada en el Cabo Adare en febrero de 1899, fue afectada por el incendio de una de las cabañas, donde una vela habría quemado un colchón, propagándose las llamas a toda la casa, poniendo en riesgo la vida de los expedicionarios, perdiéndose todo lo que había en la cabaña. 

Ese incendio sirvió para alertar que en futuras expediciones, no debería almacenarse todo en una única cabaña, sino que era necesario distribuir los alojamientos y los depósitos en dos o más ubicaciones, separadas unas de otras para prevenir que en caso de que una se quemara, las otras sirvieran como refugio a los sobrevivientes. 

Los países que tienen más bases y los que llevan más tiempo instalados en la Antártida, han sido los que más accidentes tienen en su haber. A continuación, enumeramos algunos: 

En 1948, en la Bahía Esperanza, donde hoy se ubica nuestra estación ECARE, se incendió la casa conocida como Trinity House de la base D, muriendo dos personas. 

En 1984, ocurrió un tragicómico suceso en la Estación argentina Almirante Brown, en la Bahía Paraíso, cuando el médico de la base, que no quería permanecer en el invierno, prendió fuego a las instalaciones obligando a la evacuación de la misma, la que después de años, fue reconstruida. 

En mayo de 1991, ocurrió un incendio en la base McMurdo de los EE:UU., quemándose por completo una capilla que en el invierno se usaba como depósito de instrumentos musicales y sala de ensayos de la banda que tenía la base. En una noche de sábado, mientras la banda estaba tocando se produjo el siniestro que consumió todo el edificio 

En setiembre de 2001, durante una fuerte tormenta con vientos de más de 80 nudos, se incendió el laboratorio Bonner Marine, de la estación científica británica Rothera, con pérdidas totales, sin lesionados. 

El 10 de setiembre de 2005, el fuego destruyó instalaciones de la base argentina Belgrano II, sin provocar víctimas. Las llamas comenzaron por una falla en el sistema de calefacción y a pesar del siniestro, la base siguió funcionando normalmente. 

A fines de julio de 2007, la escuela de la Base Esperanza, de Argentina, fue afectada por el fuego, destruyéndose por completo. Según informaba Página 12 del 31 de julio 2007: “Aunque el personal pudo detectar rápido el pequeño foco de fuego, tuvo menos suerte en controlarlo. “Una hora y media después ya no había edificio”, relató el jefe de la base. Las llamas arrasaron con las aulas de enseñanza primaria, la sala de computación… y el patio cerrado donde los 17 chicos aprovechaban los recreos. La tristeza de los chicos no entendía las razones dadas por los mayores, como por ejemplo, que los incendios son frecuentes debido a los vientos – suelen registrarse ráfagas de más de 200 kilómetros por hora– y la combustibilidad de los aislantes, o que gracias a la debilidad excepcional del viento, registrado esa tarde, se pudo preservar una casa y un depósito cercanos al colegio. 

En ese mismo 2007, se produjo el incendio del rompehielos Almirante Irizar, de la Armada Argentina, cuando regresaba de su campaña antártica, lo cual significó una enorme pérdida no solo para los argentinos, sino para todas las partes que se beneficiaban con su apoyo en las regiones antárticas. Afortunadamente no hubo víctimas en ese incendio y el Irizar, luego de 10 años de reparaciones, en este año 2018, volvió a navegar en la Antártida. 

El 5 de octubre de 2008, un serio accidente ocurrió en la base rusa Progress, ubicada en las colinas de Larsemann, en la bahía Prydz en la Antártida Oriental, cuando un incendio afectó las instalaciones, destruyendo entre otras cosas, la sala de radio, por lo que quedaron aislados sin poder solicitar auxilio hasta dos días después. En ese siniestro falleció un operario y hubo varios heridos, los que fueron trasladados a la base china Zhong Shan, distante a unos dos kilómetros de allí. 

En mayo de 2009, se incendió la histórica cabaña denominada “A-frame”, en la base Scott de Nueva Zelanda, a causa de una chispa que encendió restos de combustible derramados de manera accidental sobre el piso, provocando la pérdida total de la misma. 

incendio de la Base Ferraz en febrero de 2012

Uno de los incendios más trágicos ocurrió en la Base Ferraz de Brasil, cuando al finalizar la campaña de verano, en la madrugada del sábado 25 de febrero del 2012, una explosión en la zona de los generadores ocasionó un fuego que se propagó rápidamente a los laboratorios, consumiendo la base, que era como un gran barco, todo unido por corredores. 

En esa tragedia fallecieron dos marinos de la Armada de Brasil, que intentaron contener las llamas y hubo varios heridos de menor entidad. Las pérdidas fueron totales, pero la base se comenzó a reconstruir rápidamente, sin dejar de funcionar del todo y la nueva edificación estaría quedando habilitada nuevamente para el próximo verano. 

En nuestra base Artigas, también han ocurrido algunos incidentes, afortunadamente menores, como el incendio de la casilla de la bomba de la toma de agua en el lago Uruguay en 2006 o un anecdótico caso en que se incendió una carpa del campamento de glaciología donde trabajan investigadores de Uruguay y de China en el verano de 1991-1992 en las alturas del glaciar Collins, de donde se pudo extraer importantes enseñanzas, sin lamentar víctimas. 

El fuego es uno de los mayores peligros para las dotaciones antárticas y ninguna prevención es poca, ante este implacable enemigo que en segundos puede consumir años de esfuerzo y poner en peligro las vidas humanas. 

Pero para saber más sobre la vida en la Antártida, los invitamos a seguirnos en 


miércoles, 18 de julio de 2018

Aprendiendo a invernar: 1987



En el invierno de 1987, se realizó la segunda invernada en la Base Artigas y con la experiencia adquirida por la dotación del año anterior, se habían mejorado un poco las instalaciones. El jefe de aquella dotación, Orosmán Pereyra, recogió sus vivencias en apuntes y notas que luego fueron publicadas en el libro de su autoría “Uruguay y uruguayos en la Antártida” de donde extraemos algunos fragmentos que nos hacen vivir, las dificultades que experimentaron, pero también ricas experiencias de vida que son dignas de ser leídas...

Esta crónica fue preparada para “Proyección a la Antártida” del programa Proa al Mar del sábado 14 de julio de 2018, trasmitido por Radio Uruguay


Aprendiendo a invernar: La dotación de 1987 en la BCAA
por Waldemar Fontes



Fotografía de la Dotación 1987 de la Base Artigas

En el invierno de 1987, se realizó la segunda invernada en la Base Artigas y con la experiencia adquirida por la dotación del año anterior, se habían mejorado un poco las instalaciones. 

El jefe de aquella dotación, el Tte Cnel Orosmán Pereyra, recogió sus vivencias en apuntes y notas que luego fueron publicadas en el libro de su autoría “Uruguay y uruguayos en la Antártida” de donde extraemos algunos fragmentos que nos hacen vivir, las dificultades que experimentaron, pero también ricas experiencias de vida que son dignas de ser leídas.

Al comenzar el período de invierno, Orosmán Pereyra decía: 

Ahora, nos es posible ampliar nuestra visión del clima, que podemos dividir temporalmente en dos períodos bien definidos climáticamente y dos etapas fugaces que las enlazan entre si. Se trata del verano y del invierno antárticos, si bien a este último lo podemos denominar «de invernada», ya que está íntimamente ligado a la relativa actividad humana y de vida animal que durante el transcurso del mismo se puede desarrollar.

Luego comienza una etapa muy fugaz (etapa intermedia), que se hace muy difícil diferenciarla del invierno, a no ser por las horas de luz solar y el rigor de los intensos fríos. Hasta principios de octubre, reina el invierno, seguida de otra etapa intermedia- En este período comienza lentamente el descongelamiento en todas las partes en las que aparecerá tierra durante el verano, haciéndolo a un ritmo mucho más vertiginoso a medida que se incursiona en la estación propiamente dicha.

Nuestro primer invierno en la Antártida

El momento tan esperado por nosotros por fin había llegado. Ahora, no solamente se probaría nuestro espíritu de cuerpo, la unión entre los hombres de la dotación, sino que entrarían en ese examen, las instalaciones de abastecimiento de agua potable y las de evacuación de aguas servidas que, con nuestra escasa experiencia, habíamos construido durante el verano. Como así también, otras construcciones efectuadas por nosotros durante el mismo período. Los víveres iban a tener un papel fundamental en esta revisión. ¿Los cálculos que habíamos efectuado sobre los insumos serían los adecuados? ¿Su consumo estaba ajustado a los valores correctos o no? ¿Funcionaríamos todos nosotros como un equipo frente al gran examinador, el invierno antártico, o caeríamos derrumbados ante las primeras dificultades?

Al quedar solos los doce hombres del personal de invernada, las condiciones de vida cambiaron, del mismo modo que se modificaron las loras de luz solar. Cada día que comenzaba, el sol aparecía más y más tarde y culminaba en el horizonte más y más temprano.
Hasta que llegó el día en que tuvimos la menor cantidad de luz solar. Desde las 10 de la mañana hasta las 16 horas. …no pasaba de ser una penumbra crepuscular permanente. A las 16 horas, ya estábamos en plena noche cerrada. 

Esta situación hizo modificar el horario de trabajo de la Base. un horario necesario, ya que marcaba una disciplina, un ordenamiento, una rutina para que cada uno ocupar su tiempo en las distintas tareas de mantenimiento y permitía que el personal no estuviera ocioso durante este tiempo de sombras largas...



Alas de Saber, Cofres de Luz 

Con uno de los buques soviéticos que transportaban carga para la Base vecina Bellinghausen, desde Montevideo, recibimos una carga general para la Base nuestra. En ella se encontraban, incluidos, una serie de cajones que, cual preciados cofres, contenían libros que correspondían a una importante donación que nos hacía el Ministerio de Educación y Cultura. 

La sobrecarga del trabajo veraniego y, la falta de espacio físico para armar las estanterías metálicas, que contendrían ordenadamente esos libros, procesar el trabajo y ordenarlos hicieron que, el invalorable material permaneciere guardado hasta que en la quietud del invierno, con tiempo y espacio físico suficiente, se pudiera atender tan importante tarea. 

Llegado ese momento, se procedió al armado de las estanterías metálicas que habíamos recibido para organizar la biblioteca. La ubicación que le dimos a los estantes fue en el módulo número tres, que en verano funcionaba como laboratorio. Ahora, lo haría como sala de lectura y recreación, ya que habíamos construido también una mesa de ping-pong. 

Una vez que hubimos armado las estanterías, comenzamos a sacar los libros de los cajones y procedimos a inventariarlos y ordenarlos de acuerdo a su temática. De este modo, libros de poesía, ciencia, historia, geografía y cuentos diversos enriquecieron el preciado tesoro que nos acompañaría el resto del año y que permanecería en la Base para el deleite futuro de los que aprecien la buena lectura. 

Encaramados en cada frase que poblaban las hojas de los libros viajábamos por otras partes del mundo, conociendo y disfrutando, otros paisajes, desde la gélida y nívea Antártida... Así fue como recorríamos épocas pasadas, hechos y momentos históricos que cada cual recreaba en su mente. Gozamos la lírica y la musa de la poesía, como así también la recreación de los cuentos. 

Compañeros silenciosos, bastaba solamente abrir sus tapas para que las luces, sonidos y melodías encerradas en su interior vibraran dentro de quienes recorríamos sus escritos. 

Eran realmente cofres de luz que solamente bastaba abrirlos para que con su claridad iluminaran las tinieblas que nos acompañarían en el silencioso, oscuro y frío invierno polar...

«Inmensamente» pequeño

Transcurría el invierno, podría decirse, normalmente. Días de escasísimas seis horas de duración diurna. Un sol pálido corría detrás de las alturas del Glaciar Collins, sin que pudiéramos ver su rostro. Desparramaba apenas una mortecina luz que se filtraba por entre el manto de nubes como si fueran vidrios esmerilados. Días y noches de fuertes vientos y nevadas habían acompañado nuestras vidas por más de una semana. En lo que restaba del día, el viento amainaba hasta quedar, por momentos, totalmente calmo. 

En presencia de la noche prematura, que ya anticipaba su comienzo, se adivinaba un cielo nublado, pero que presentaba algunas quebraduras por donde se asomaban muy tímidas estrellas. 

Una vez culminada la tarea cotidiana, me dirigí hacia el alojamiento que funcionaba como dormitorio, cocina y Comedor. 

Al abrir la puerta, el cálido olor a comida en su interior invadió mis sentidos. A espaldas mías quedó la negra noche, la blanca nieve, que se posesionó de mis huellas. El Cocinero preparaba lo que teníamos de cena para esa jornada. Alrededor de la mesa, un grupo de hombres jugaba al truco y tomaba mate. Me integré a la rueda del mate. Las horas fueron transcurriendo, cenamos acompañados por los diálogos de todos los días. 

Culminada la cena, se levantó la mesa, Una vez cumplidas estas tareas, todo el personal se dispuso a ver un «video». Disminuida la iluminación del salón donde estábamos, quedamos con la atención fija en lo que nos ofrecía la pequeña pantalla. 

El tiempo que se insumía entonces, se ganaba derrotando las largas horas de sombras y de quietud obligada. Una vez terminada la proyección televisiva, mientras algunos se retiraban a sus cuartos para descansar, otros jugaban al ajedrez. 

Por mi parte, comencé la gimnasia diaria, obligada, de vestirme, como todos, con la ropa protectora aislante. Pantalones, parca, gorra, botas y guantes componían el equipo. 

Ya estaba pronto y en condiciones para recorrer los cuarenta metros que me separaban del alojamiento en que estaba ubicado mi dormitorio. Di las buenas noches a los hombres que permanecían en el lugar y, abrí la puerta. Esperaba encontrarme con el frío viento que normalmente movía la nieve en pequeños remolinos. Pero para mi sorpresa, la calma era total, un gran silencio me rodeaba. Solamente oía, mis propios pasos. El peso de mi cuerpo rompía la capa helada de la nieve que cubría el suelo, con un crujido característico. Instintivamente levanté mis ojos hacia el cielo y mi andar se detuvo. El éxtasis invadió mi alma. 

Mudo y silencioso, como el mismo silencio que me rodeaba, contemplé un espectáculo maravilloso, uno de esos privilegios que me brindó mi pasantía por la Antártida, uno de esos espectáculos que, pocas veces en la vida y, a muy pocas personas, le es dable observar y que yo, deseo compartir con mis lectores. 

Ante mí, sobre mi cabeza, pude contemplar un cielo inmensamente estrellado como nunca antes pude observar en lugar alguno. Millones de tintineantes cirios brillaban en ese instante ante mis ojos. Permanecí allí por unos cuantos minutos que me son difíciles de precisar. Sentía como que me hundía lentamente en el suelo. Cuando retomé la conciencia, estaba tal cual me hallaba cuando me había detenido a observar ese espectáculo maravilloso. 

La sensación que había tenido de estar hundiéndome en el suelo no había sido más que una ilusión. La cantidad de estrella s era tan grande, y tal su densidad, que a medida que pasaban los minutos me sentía cada vez más inmensamente pequeño. 

La intensa y espesa negrura de la noche, de ese cielo que se convertía en un espectáculo vacío poblado por miles y miles, o mejor, millones y millones de plateados puntos me ubicaban en mi justa dimensión. Un diminuto planeta, ubicado en el espacio infinito, rodeado totalmente de millones de otros cuerpos celestes. 

Cada cual con sus propias movimientos, con un bien determinado orden en ese aparente caos y, con miles de seres que, tal vez, caminando en sus respectivas noches y, mirando también ellos hacia el cielo, estuvieran sintiendo las mismas sensaciones y sentimientos que sentía yo en ese momento. Me pareció entonces que, Dios, había rozado mi espíritu y mostraba su presencia. Me sentí inmensamente pequeño, en esa inmensidad tan grande...

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Los invitamos a buscar el libro "Uruguay y Uruguayos en la Antártida" de Orosmán Pereyra e Isac Gliksberg para leer toda las vivencias de aquella dotación antártica y mucho más.

Para seguir conociendo sobre el Uruguay y la Antártida, los invitamos a seguirnos, en #CronicasAntarticas

Referencias: 
"Uruguay y Uruguayos en la Antártida . Un nuevo Horizonte, un Desafío" de Orosmán Pereyra e Isac Gliksberg, con prólogo del Dr. Luis Alberto Lacalle. Editorial Arca, Montevideo 1994

sábado, 7 de julio de 2018

Primeras invernadas



Durante los meses de junio y julio, los días son muy cortos... Las personas que permanecen el invierno en la Antártida, deben tener un perfil específico, que ha sido estudiado por psicólogos y médicos y quienes tienen las características adecuadas para esa tarea, realmente disfrutan la aventura de pasar un invierno en esas particulares condiciones...

Esta crónica fue preparada para “Proyección a la Antártida” del programa Proa al Mar del sábado 7 de julio de 2018, trasmitido por Radio Uruguay

Las Primeras Invernadas en la Antártida
por Waldemar Fontes

Parte de la dotación del invierno 1986 en la BCAA

¿Cómo es el invierno en la Antártida? ¿Qué temperaturas hacen? ¿Cómo se protegen del frío? ¿Qué comen? Son algunas de las preguntas que siempre hace la gente a quienes invernan en la Antártida. 

Durante los meses de junio y julio, los días son muy cortos en las latitudes donde se encuentra nuestra base Artigas, sobre el paralelo 62º Sur, habiendo apenas unas cuatro horas de luminosidad difusa, como en el atardecer de un día nublado en invierno. El día en esas condiciones, se presenta entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, en que ya queda de nuevo totalmente oscuro. 

En esas condiciones, el ritmo de vida se enlentece y el ser humano comienza a actuar diferente. Algunos tienden a dormir mucho más de lo que habitualmente harían y se distorsionan los horarios y tiempos de trabajo y descanso, pero también están aquellos que realizan actividades creativas, como ser manualidades, artesanías, dibujos, etc. 

Las personas que permanecen el invierno en la Antártida, deben tener un perfil específico, que ha sido estudiado por psicólogos y médicos y quienes tienen las características adecuadas para esa tarea, realmente disfrutan la aventura de pasar un invierno en esas particulares condiciones. 

A medida que nos adentramos hacia el Polo Sur, en los meses de junio, julio y agosto, la oscuridad es cada vez más profunda, ocurriendo que en el propio Polo Sur, la noche sea total en estos meses y se produzca un único amanecer por año, al comenzar el mes de setiembre, cuando el sol comienza a quedar visible para no ponerse de nuevo hasta el año siguiente. 

Si las condiciones de vida parecen duras en bases donde hay posibilidad de contactarse con otras personas o de recibir ocasionalmente un vuelo, aunque sea en pleno invierno, como ocurre en las estaciones ubicadas en la Isla Rey Jorge, imaginen lo puede ser en bases donde a partir de marzo, las dotaciones quedan totalmente aisladas y recién a fines de octubre o en noviembre, podrán recibir suministros y relevos. 

Actualmente, las bases antárticas tienen buenas instalaciones, pero las primeras personas que debieron invernar en la Antártida, lo hicieron obligadas. 

En 1819, se produjo el naufragio del Navío San Telmo, que luego de zarpar del puerto de Montevideo, se dirigía al Perú, con tropas y suministros para reforzar las posiciones españolas que estaban siendo derrotadas por la revolución americana y al año siguiente se encontraron restos del naufragio, comprobándose que varios tripulantes lograron sobrevivir, refugiándose en diversos lugares de las islas Shetland del Sur, por lo que habrían sido las primeras personas en pasar un invierno en esas latitudes. 

Lamentablemente no hubo posibilidad de que nadie concurriera a su rescate y quien sabe, luego de pasar que penurias, todos murieron allí. 

Mejor suerte tuvieron un grupo de once cazadores de focas, desembarcados a trabajar en una playa de la costa norte de la isla Rey Jorge en 1821, los que al zozobrar su barco, el Lord Melville que los debía recoger al finalizar sus labores, debieron pasar el invierno en las playas de la bahía Venus, de donde al año siguiente, pudieron ser rescatados con vida. 

Más adelante en el tiempo, la expedición liderada por Adrián de Gerlache, debió pasar el invierno de 1898, en su barco el Bélgica, que quedó atrapado en el mar congelado, pudiendo zafarse por sus propios medios, al comenzar el deshielo del verano siguiente. 

A partir de 1899, los británicos comenzaron una serie de expediciones de larga duración, con la finalidad de explorar y estudiar las regiones que desde el Mar de Ross, permitían adentrarse al interior del Continente Helado, con intención de llegar al propio Polo Sur, por lo que se establecieron varias estaciones logísticas en la costa, donde se produjeron las primeras invernadas, organizadas. 

En nuestro país, una vez concretada la instalación de la Base Científica Antártica Artigas en 1984, se comenzó a preparar la misma para dejarla operativa durante todo el año, lo que empezó a hacerse realidad en el invierno austral de 1986, cuando la dotación de once personas, pasó allí el primer invierno en la Antártida. 


Aquella dotación estaba integrada por el Tte. Cnel Heber Cappi, como Jefe de Base. El Dr. Santiago Grun, quien se desempeñó como médico, el Mayor Bernabé Gadea, como jefe del Proyecto de Meteorología y Raúl Grisolia y Héctor Fontana, como operadores meteorológicos. El Sargento 1º Luis Morais, como mecánico, el Soldado Mario Cantini, como encargado de los generadores eléctricos, el Cabo Derceo da Costa, como encargado del depósito logístico, el Sdo. Efraín Freitas, como cocinero y los Aerotécnicos Amado Sanes y Enrique Umpiérrez como radio operadores. 

Sobre esta primera invernada, escribía Heber Cappi: 
La preparación de la misión significó, entre otras cosas, determinar, conforme a regímenes alimenticios adecuados, los víveres necesarios para, una vez allí, permanecer nueve meses (entre marzo y diciembre) sin otros abastecimientos. 
Las ropas provistas para la misión, debido a la falta de experiencia anterior, resultaron no ser las más adecuadas y las dificultades que pasaron para obtener agua potable, que se extraía de una cañada que corre junto a la base, fueron enormes al comenzar el invierno, pues todo se congeló y se hacía muy difícil perforar hasta donde se podía hallar agua líquida, por lo que tuvieron que racionar su empleo, dando prioridad a las comidas y la higiene más básica. 

Otro problema fue la evacuación de las aguas servidas, pues no se disponía de un sistema de saneamiento y se usaron baños químicos de camping, con poca capacidad, los que debían ser vaciados cada pocas horas, obligando a los expedicionarios a establecer un sistema de guardias para cumplir con esa desagradable pero importante tarea, que les permitió obtener aprendizaje para que al año próximo la nueva dotación pudiera preparar un sistema sanitario más adecuado al entorno extremo donde se habían instalado. 

Parte de la dotación del invierno 1986 en la BCAA

Seguía diciendo el Coronel Heber Cappi: 
“Esta experiencia, la primera para gentes de clima templado, de vivir en ambiente antártico así como la constatación de los efectos del congelamiento sobre los materiales y la acumulación de nieve, entre otras cosas, permitió tomar notas e informar respecto de próximas construcciones y de las técnicas a emplear en el futuro. 
Las dificultades encontradas, algunas de ellas previsibles como el “aislamiento”, las temperaturas y su influencia en las tareas a cumplir y el desplazamiento a través de las formas cambiantes del terreno, valoradas en ese momento, se constituyeron en partes importantes de los cursos que se impartieron a partir de entonces a las sucesivas dotaciones antes de su traslado a la Antártida. 
Fueron, para el grueso de la dotación, 13 meses en los que se conocieron aquellas desoladas tierras y aquellas bravas costas, se conocieron el hielo y la nieve, el viento, el frío y la ventisca y también, en mucha mayor medida, la pequeñez del ser humano así como la fuerza de la naturaleza y su maravillosa belleza. 
La gran sorpresa de la misión fue la belleza del invierno y su paisaje. Lo importante fue la convivencia en un ambiente reducido. 
Allí aprendimos que para marchar más al sur, objetivo que ya sentíamos como nuestro, se debía previamente hacer escuela en la Base Artigas. 

A partir de la experiencia de esta primera invernada, los que vinieron después fueron mejorando las instalaciones y las formas de convivir y de trabajar… 

Para saber más sobre estas vivencias, los invitamos a seguirnos en #CronicasAntarticas


Programa emitido por Radio Uruguay en Proa al Mar
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Equipo de producción y realización de “Uruguay, Proa al Mar”
Equipo de Producción del programa:- Julio Dodino, Alejandro Nelson Bertocchi Morán, Waldemar Fontes, Carlos Olave, Walter Farnes, Daniel Valiñas y Nadya Tammara Navarro Bardecio